14/05/2020
La pandemia del COVID-19 ha evidenciado un problema de salud pública que afecta desde hace años a un grupo especialmente vulnerable de la sociedad, las personas mayores y, sobretodo, aquellas que viven solas.
En España, más de 4,7 millones de personas viven solas y, de ellas, cerca de 2 millones tienen más de 65 años, siendo el 72% mujeres. La soledad, una problemática estructural e invisible, ha sido reconocida como una de las principales causas de exclusión social, generando una gran carga emocional que desemboca, mayoritariamente, en sentimientos de tensión, angustia y depresión.
Un estudio sociológico de AXA & ONCE indica que el 48% de las personas mayores de 80 años se sienten solos y abandonados y reconoce la soledad como el principal problema de “exclusión social” que afecta “gravemente y de manera transversal” a un porcentaje cada vez mayor de personas. Para este grupo, la familia y los amigos se posicionan como las únicas redes de apoyo con las que paliar este sentimiento.
¿Pero, y si alguna de estas redes no estuviese disponible? ¿O incluso las dos? En esta situación es donde se encuentran cientos de miles de personas en España. En sus casas particulares, en centros sociosanitarios o en residencias, aunque todas ellas tienen algo en común: desde que empezó la crisis del COVID-19, su sensación de aislamiento ha crecido considerablemente debido a la falta de interacción social y el contacto con amigos y seres queridos.
Doblemente golpeados
Rutinas que han sido anuladas, actividades del día a día canceladas y visitas que deberán ser pospuestas ponen al descubierto la dificultad del momento. El mismo escenario también afecta a otras capas más jóvenes, pero ellos tienen otras opciones. Cuentan con recursos digitales como son las redes sociales o los espacios virtuales, al mismo tiempo que disponen de unas habilidades tecnológicas que facilitan y permiten el entretenimiento. Pero no todas las generaciones tienen este abanico de posibilidades.
Por ello, cuando hablamos de los mayores, nos referimos a un colectivo que ha sido doblemente golpeado: a la preocupación por la pandemia, se le ha sumado un confinamiento más severo, sin herramientas para “combatirlo”.
Tal y como lo explica Mª Àngels Treserra, exdirectora general del Instituto Catalán de Asistencia y Servicios Sociales (ICASS), “a mayor edad se hace más evidente la necesidad de contar con entornos conocidos y acogedores que den seguridad y aporten comunicación”, como harían, en condiciones normales, la familia, los amigos o el entorno habitual de la persona. Pero, en este contexto, “el aislamiento impide que se puedan resolver las necesidades de la persona y, entonces, se crea la sensación de soledad”.
Apoyo social y acompañamiento
En frente de ello, agentes sociales y particulares se han volcado en dar una respuesta y poner a disposición de estos grupos vulnerables distintos recursos y canales de atención con el objetivo de acercar el calor humano que tanto necesitan.
Han surgido diferentes campañas e iniciativas que agrupaban redes de voluntarios, organizaciones y psicólogos, entre las que han destacado los servicios de atención telefónica a personas mayores: compartir, desinteresadamente, charlas al teléfono y momentos cálidos, mientras se presta un acompañamiento psicológico y se transmite fuerza y energía para seguir adelante.
Como muchos otros, la Fundación Salud y Persona y DKV Salud, bajo el lema de #NingúnMayorSolo y en colaboración con otras entidades, ha impulsado un servicio de soporte emocional y psicológico para personas mayores, fundamentalmente para los que viven solos, con el objetivo de mitigar los sentimientos de soledad y compartir todo tipo de inquietudes, dudas o preocupaciones. Desde Grupo Mémora, a través de nuestra Fundación, apoyamos esta iniciativa de DKV Salud.