Autores : Núria Terribas, Esther Busquets Alibés, Xavier Cardona Iguacen, Begoña Román Maestre y Francesc Torralba Roselló.
19/10/2020
El cuidado desde tiempos ancestrales ha sido un valor ignorado, pero a la vez imprescindible en la sociedad sobre todo sabiendo que la vulnerabilidad es un elemento innato en el ser humano.
Samuel Gorovitz ya lo aseguró al confirmar que la vulnerabilidad es la posibilidad de ser herido, una definición que conecta con conceptos como fragilidad, sufrimiento, enfermedad o padecer. El ser humano, a diferencia de otros seres vivos, puede tomar conciencia de este concepto. Es un proceso y la percepción de la vulnerabilidad se va realizando a lo largo de la vida, a medida que vamos adquiriendo consciencia del mundo y entendemos el carácter lábil y efímero que lo caracteriza.
“La vulnerabilidad, en el ser humano, es una vulnerabilidad abierta, que trata de comprenderse, de justificarse, de explicarse a sí misma y de hallar una razón de ser y una práctica de salvación”.
La vulnerabilidad también implica cuidado, y convierte al ser humano en un ser dependiente. Así pues, la respuesta ética ante la fragilidad es el cuidado de lo vulnerable, lo que conlleva responder a la fragilidad propia y ajena.
“Si no cuidamos y no nos cuidan cuando lo necesitamos, si no nos sentimos responsables ante la vulnerabilidad ajena, se quebrantan los cimientos de la humanidad”.
Sin embargo, el cuidado no se reduce al ámbito de la vida privada de las personas, sino que es un elemento básico y común en todas las sociedades, y su relevancia es de tal magnitud desde un punto de vista social que las instituciones también deben convertirse en entes “cuidadoras”.