Personas

La compasión en primer término

08/04/2020

Una de las virtudes que han adquirido relieve en medio del desconcierto y el desvalimiento en que vivimos es la de la compasión. Compasión, en el sentido literal, significa “sentir con el otro”, hacerse cargo de su dolor y sufrimiento. El virus que nos amenaza a todos nos ha obligado a permanecer confinados, a proteger a los demás como forma de protegernos a nosotros mismos. La posibilidad de contagio nos iguala en la fragilidad. Es un golpe a la arrogancia y una lección de humildad.

En esta situación se aviva la capacidad de sentir nuestra dependencia mutua y que formamos parte de una comunidad. Percibimos que, siendo todos partícipes de una calamidad colectiva, unos podemos vivirla con más recursos que otros. Unos la viven en compañía y otros en soledad; unos escapan al contagio o lo sufren levemente, y otros enferman gravemente e incluso mueren. No sólo mueren, sino que han de pasar por el trance más difícil de la vida sin el calor y la compañía de los suyos. La racionalidad se impone. Estamos ante un problema de salud pública y el interés común obliga a evitar ante todo el contagio.

Todas las muertes trágicas y repentinas añaden al dolor de perder a un ser querido el no haberlo acompañado hasta el final.

No es la ceremonia del adiós lo que quienes han visto morir estos días a un ser querido echan de menos, pues el funeral se puede posponer. Es el estar cerca del moribundo, poder trasladarle ese “sentir con”, la compasión, a quien se está yendo para siempre, con gestos de afecto y cariño. Como expresa en su agonía Ivan Illich, en el conocido relato de Tolstoi: “lo que más anhelaba era que alguien lo tratase con cariño, como si fuese un niño enfermo. Quería que le acariciaran, que le besaran, que lloraran por él, como se acaricia y consuela a los niños”.

Que la compasión no adopte la expresión que uno quisiera no significa que no exista. Todas las muertes trágicas y repentinas -por guerras, terrorismo, terremotos, accidentes aéreos- añaden al dolor de perder a un ser querido el no haberlo acompañado hasta el final. Con la epidemia del coronavirus, hay algo que proporciona, tal vez, un leve alivio al desconsuelo de los que pierden a un ser querido: el personal sanitario asume el deber del cuidado y lo hace lo mejor que puede y sabe. Una lección de humanidad que debemos agradecer y no olvidar cuando, en el futuro y en ocasiones más “normales”, sigamos pensando cómo aliviar la soledad de los moribundos.