Foro de debate

Los efectos sociales del proceso de envejecimiento

Clásicamente, se ha considerado que las sociedades se construyen sobre dos grandes pilares: la población y el territorio. Si nos centramos en el primero, la relación entre los habitantes de más de 64 años y los menores de 16 que define el índice de envejecimiento de una sociedad ha pasado, en España, de un 34,99% en el año 1975 a un 129,17% en el 2021. Esto se debe a la transformación societal que hemos experimentado eventualmente, protagonizada por efectos sociales que van mucho más allá de aspectos demográficos y reproductivos. Ante la imposibilidad de tratarlos todos, vamos a centrarnos en cuatro de ellos por su relevancia: la relación con la actividad laboral, con el consumo, con la salud y entre las generaciones.

En las sociedades industriales del siglo XX se organizó el tiempo de trabajo en tres períodos de la vida de las personas: el dedicado a la formación, al empleo y al período de jubilación; pero esa distribución presenta algunas dificultades en las sociedades envejecidas y genera efectos indirectos no previstos.

En la medida en que se ha conseguido universalizar prácticamente a todos los menores de edad como estudiantes y se ha alargado el periodo de formación para una parte importante de los adultos jóvenes, se ha retrasado más allá de la mayoría de edad la incorporación de los mismos al mercado de trabajo, cuyo impacto ha generado cambios en las perspectivas vitales de ese colectivo y ha reforzado, aún más, el envejecimiento en la población ocupada.

El retraso en la incorporación de los jóvenes adultos al mercado de trabajo refuerza aún más el envejecimiento de la población ocupada.

A nivel individual, los períodos de actividad laboral efectiva a lo largo de la vida se están reduciendo debido al retraso en el acceso al empleo, los períodos de paro según los ciclos económicos y el aumento de la dedicación parcial a cambio de salarios más bajos. Se abre, pues, un espacio en el que la composición estructural del mercado de trabajo pone en evidencia los límites para ofrecer oportunidades laborales a toda la población con capacidades para ello, lo cual genera un escenario poco sostenible para mantener o mejorar los niveles de bienestar de la población.

Una sociedad de consumo envejecida como la que representan las sociedades avanzadas acostumbradas a segmentar la oferta de productos y servicios según las características de la demanda y los perfiles de los consumidores, conlleva un cambio importante en la adaptación a las necesidades y gustos de la población mayor. Se trata de una reorientación que, progresivamente, se va adecuando al cambio demográfico: nuevos enfoques de negocio, nuevas oportunidades para el emprendimiento empresarial y nuevas especializaciones profesionales, pero también nuevos retos para la planificación de las ciudades, especialmente en lo referente al parque de viviendas, la movilidad y los espacios públicos.

El consumo, que siempre ha jugado un papel integrador, se estratifica por colectivos de edad reforzando identidades propias en las nuevas sociedades.

Para poder mantener y acrecentar los niveles de bienestar conseguidos, se plantea un nuevo tipo de productividad: como mejor sea la salud de la población, menos cuidados deberemos proveer y más recursos podremos dedicar a otros aspectos del bienestar. El sector económico sanitario se está convirtiendo en uno de los motores de la innovación tecnológica y su importancia económica crece cada día. La promoción de la salud requiere mantener una visión menos medicalizada de la misma, estableciendo los límites éticos y morales de la intervención hospitalaria en las etapas finales de la vida y, sobre todo, proponer nuevos modelos integrales que aborden las diferentes necesidades de la población y su relación inclusiva con la comunidad, ya que estos últimos meses se ha puesto en evidencia la obsolescencia del modelo actual.

Urge proponer nuevos modelos integrales que aborden las diferentes necesidades de la población dependiente y su relación inclusiva con la comunidad.

La sucesión de fenómenos de referencia que marcan las distintas generaciones es vivida de forma muy diferente según el momento que les afecta: los cambios producidos por Internet han impactado de forma distinta entre los que nacieron en plena expansión de sus efectos, los que lo vivieron en pleno desarrollo personal y a los que les afectó al final de sus vidas. Ello genera identidades diferenciadas más marcadas entre las generaciones y una sensación de aceleración de los cambios. La colaboración entre saberes y experiencia será la clave de las relaciones intergeneracionales en el futuro para conseguir gobernar la complejidad creciente de nuestras sociedades. Es evidente que las vivencias son diferentes según las franjas de edad, pero el interés común se halla en encontrar el equilibrio entre los esfuerzos y las recompensas distribuidas equitativamente entre ellas y en el tiempo.