La sociedad actual está caracterizada por un envejecimiento de la población y el incremento de personas que viven con pluripatologías y diversos grados de dependencia. Ante esta realidad, los servicios públicos de la mayoría de países todavía no están preparados para hacer frente a las necesidades sociales que surgen en la etapa de final de vida. Por lo general, las personas mayores suelen estar más expuestas a situaciones de menor apoyo y, en consecuencia, mayor aislamiento social. Además, con el paso del tiempo, las pérdidas se vuelven inevitables: de seres queridos, del trabajo, de la salud.
La soledad está en alza en todo el mundo occidental, y se la considera una epidemia cuyas consecuencias para la salud superan a las de la obesidad: el sentimiento de soledad prolongada puede incrementar el riesgo de muerte en un 26%, y en los casos de aislamiento real el porcentaje llegaría al 32%.
Diez años de soledad de una persona mayor suponen hasta 7.000 euros más de gasto en el sistema sanitario. Gobiernos, como el británico, ya han puesto en marcha una Secretaría de Estado para la soledad, una epidemia que afecta a nueve millones de personas que, según la Cruz Roja, viven aisladas en el Reino Unido y en ocasiones ni siquiera tienen a alguien con quien hablar. Se estima que la mitad de los ciudadanos británicos con más de 75 años viven solos y muchos de ellos pasan semanas, e incluso meses, sin participar en actividad social alguna. En España el problema aún es mayor: diez millones de españoles confiesa sentirse solo con mucha frecuencia.
Humanizar el proceso de tránsito y final de vida
En la fase de final de vida, las personas presentan cuatro tipos de necesidades: las necesidades físicas o biológicas, las necesidades emocionales o psicológicas, las necesidades sociales o familiares y las necesidades espirituales o trascendentales. Por ello, garantizar los procesos para una muerte digna, apoyar la planificación de decisiones anticipadas y del testamento vital, promover la promoción de las donaciones de órganos y tejidos, y considerar el acompañamiento espiritual desde el respeto a la multiculturalidad y la diversidad religiosa son necesidades que deberían ser satisfechas para conseguir que una persona muera bien, en paz y con dignidad.