A lo largo de la historia, la ciencia se ha esforzado en dar respuesta a las necesidades de la sociedad. Los conocimientos y la tecnología disponibles en cada época han determinado, en buena medida, nuestra capacidad para investigar y resolver los distintos problemas. Pero estos conocimientos y tecnología no han sido los únicos factores. A menudo, el conjunto de valores sociales imperante ha modulado tanto la importancia de la percepción del problema como la urgencia en encontrar soluciones. La medicina o las ciencias de la salud no han sido una excepción.
Gracias a los conocimientos y la tecnología desarrollados por la investigación médica, parece que las cosas se han hecho razonablemente bien. Pero debemos relativizar este éxito. De hecho, la esperanza de vida al nacer nos dice muy poco de la calidad de los años que vivimos.
Gracias a los conocimientos y la tecnología desarrollados por la investigación médica, parece que las cosas se han hecho razonablemente bien. Pero debemos relativizar este éxito. De hecho, la esperanza de vida al nacer nos dice muy poco de la calidad de los años que vivimos. Al priorizar la longevidad, se han hecho predominantes las enfermedades crónicas, no curables en su mayoría, mientras que las enfermedades curables (en general, infecciosas) han perdido protagonismo en las sociedades modernas.
Nuestros esfuerzos se han dirigido a mejorar nuestros sistemas de salud, olvidando que estos solo son responsables de un 20% de la salud de las personas, mientras que el 80% restante depende del estilo de vida, del entorno donde se vive y de las condiciones socioeconómicas. Este enfoque, primordialmente sanitario, nos ha llevado a obsesionarnos por la longevidad, ignorando la calidad de vida (es decir, el grado de autonomía funcional) con que vivimos esos años ganados, y ha escondido la existencia de la muerte, una actitud que se ha visto reforzada por un entorno social que aísla a las personas mayores por considerarlas no productivas. De este modo, nuestra capacidad individual y colectiva de cuidar con afecto se ha resentido al haber ocultado nuestra propia vulnerabilidad y, en consecuencia, la capacidad de ser comprensivo y compasivo con los demás.
La investigación y la implementación posterior de sus resultados va a ser determinante para lograr la transformación de las comunidades y municipalidades para que su papel sea protector y cuidador de las personas en situación de envejecimiento y soledad no deseada.
La investigación y la implementación posterior de sus resultados va a ser determinante para lograr la transformación de las comunidades y municipalidades para que su papel sea protector y cuidador de las personas en situación de envejecimiento y soledad no deseada. Es por ello que se hace necesario el desarrollo paralelo e interconectado de áreas científico-técnicas con áreas sociales y de humanidades bajo un enfoque necesariamente multidisciplinar.